El negocio de la carne. Un circo de sangre, corrupción y muerte.
... Y viceversa
5 de agosto 2004
Apenas podía abrir los ojos cuando recupere el conocimiento. El olor a humedad y excremento eran penetrantes y los recuerdos del maldito infierno azoraron mi mente. El estruendo del cristal de mi auto me hizo saltar al asiento del copiloto instintivamente. Una punzada caliente en mi nuca evito que pudiera huir. Sentí como arrastraban mi cuerpo del auto a una sucia camioneta. El polvo amarillento me confirmo que ya no estaba ni remotamente cerca de mi hogar. Una mano me cogió por el mentón apretando mi boca y nariz, mientras una voz lejana decía, hay que drogarla pa'que aguante.
Aspire desesperadamente, oí un carraspeo. Me estremecí de asco al percibir la viscosa baba resbalando por mi piel. Sentí una pelvis debajo de la mía. La carne rígida clavada en el recto, empujando... desgarrando... hasta reventarme por dentro. Una lija recorría todo mi cuerpo. Intente manotear, defenderme, pero todo fue inútil. Finalmente lagrimas gruesas rodaron por mis mejillas. Me imagine atorada entre laminas retorcidas. El dolor y la indignación me hicieron soltar un grito que destrozo mi garganta. Humillada, empapada en sangre y en mi porquería, perdí el conocimiento.
Era un martes como cualquier otro. Unos segundos antes reía. Sonó mi celular, reconocí el número de mi hermana. Escuche lo que me pareció un sollozo y un escalofrió recorrió mi cuerpo, desde la nuca hasta mis tobillos. Un jadeo de asqueroso placer me puso la piel de gallina y apreté los dientes para que la impotencia no me hiciera vomitar. Durante casi siete minutos escuche como golpeaban y abusaban de mi hermana. La cabeza me estallaba, podía sentir el infierno que ella estaba viviendo. Un grito estremecedor me obligo a escupir la bilis.
Era un martes como cualquier otro. Unos segundos antes reía. Sonó mi celular, reconocí el número de mi hermana. Escuche lo que me pareció un sollozo y un escalofrió recorrió mi cuerpo, desde la nuca hasta mis tobillos. Un jadeo de asqueroso placer me puso la piel de gallina y apreté los dientes para que la impotencia no me hiciera vomitar. Durante casi siete minutos escuche como golpeaban y abusaban de mi hermana. La cabeza me estallaba, podía sentir el infierno que ella estaba viviendo. Un grito estremecedor me obligo a escupir la bilis.
La curiosidad por saber que demonios hacían mis vecinos -¿por qué hacían tanto ruido por las noches?- me llevo a "investigar" más a fondo. Creí que tal vez eran sonámbulos o contrabandistas o, en el peor de los casos, traficantes de drogas, hasta pensé en pedirles algún descuento, para concentrarme en mis extras de mate. Mi hermana me advirtió, si le mueves las entrañas al diablo te puede vomitar encima. ¿Qué era lo peor que podía pasar?, ¿qué me mataran? Cuando tienes cáncer desde los 11 años y sobrevives ocho más en contra de todos los pronósticos, la muerte ya no asusta tanto, hasta te parece familiar. Lo que encontré en mi "investigación" no tenía mucho que ver con sonámbulos pero si con tráfico -aunque no de drogas-. Una mierda de corrupción e impunidad se extendía entre mis vecinos, policías, ministerios públicos, clérigos, delegados y parecía no terminar. Comenzaron las advertencias, deja de meterte donde no te llaman puta asquerosa. Las miradas amenazantes de mis vecinos cuando nos encontrábamos en algún lugar por "accidente". Estaba embriagada por el estúpido "espíritu periodístico". No tenía una sola fuente sólida, sólo rumores, casualidades, conjeturas y un montón de personas asustadas que preferían callar. No había una sola autoridad que me inspirará confianza como para denunciar las amenazas y no tenía elementos suficientes para publicar una historia. Estaba en un bache.
Mientras escupía la bilis comprendí que las advertencias habían terminado... y me sentí tan culpable. Mis manos sudaban, tenía la boca reseca y una intermitente punzada en mi cabeza parecía repetir la pregunta, ¿qué era lo peor que podía pasar? Ahí estaba mi respuesta. No volví a saber nada de mi hermana... Y viceversa.
El relato anterior puede parecer crudo, y aunque está inspirado en hechos reales, no representa a nadie en particular. Sin embargo cuenta la historia de muchas personas que han sido víctimas de la trata de personas, un delito que es infinitamente más grave que la siembra, cosecha o comercialización de drogas, por la única y sencilla razón de que los seres humanos no son hierbas ni precursores químicos. La trata de personas es una forma moderna de esclavitud, la Convención de las Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Transnacional, la define como:
... la captación, el transporte, el traslado, la acogida o la recepción de personas, recurriendo a la amenaza o al uso de la fuerza u otras formas de coacción, al rapto, al fraude, al engaño, al abuso de poder o de una situación de vulnerabilidad o a la concesión o recepción de pagos o beneficios para obtener el consentimiento de una persona que tenga autoridad sobre otra, con fines de explotación. Esa explotación incluirá, como mínimo, la explotación de la prostitución ajena u otras formas de explotación sexual, los trabajos o servicios forzados, la esclavitud o las prácticas análogas a la esclavitud, la servidumbre o la extracción de órganos [...]
Según la Oficina de las Naciones Unidas para el control de las Drogas y la Prevención del Delito, y el Reporte de Trata de Personas del Departamento de Estados Unidos de América[1]. México está catalogado como fuente, tránsito y destino para la trata de personas, con fines de explotación sexual comercial y trabajo forzado. Siendo los niños, las mujeres, los migrantes indocumentados y las personas indígenas; los grupos más vulnerables.
Según datos muy conservadores del Sistema Nacional de Desarrollo Integral de la Familia -los cuales no han cambiado desde 2009- alrededor de 20 mil adolecentes y niños son víctimas de explotación sexual comercial en México cada año[2]. A estos datos se le unen las cifras de la Red por los Derechos de la Infancia en México, que estiman que hay 3.5 millones de niños trabajadores, de los cuales 170 mil viven y trabajan en las calles. Entre ellos, hay unos 16 mil que viven en zonas indígenas y que son explotados sexual y comercialmente. Otro estudio de la Coalición regional contra el Tráfico de Mujeres y Niñas en América Latina y el Caribe indica que un total de 250 mil mujeres y niñas ejercen la prostitución en la capital mexicana, de las cuales el 82% son analfabetas.
Muchas de estas personas fueron traídas a la Ciudad de México a través de engaños, fraude, compraventa, coerción; del plagio o robo y la mayoría de ellas llegan de estados como Puebla, Tlaxcala, Veracruz, Chiapas y Oaxaca. Un gran número de personas tratadas en el país son extranjeras, provenientes de América Central, principalmente de Guatemala, Honduras, y El Salvador.
Con el afán del gobierno de “acabar” con el narcotráfico, lo único que se ha conseguido es descuidar otros ítems de suma importancia. La inseguridad que reina en el país es resultado de malas estrategias, tanto en la acción como en el discurso. Basta recordar la masacre de 72 migrantes ocurrida el 26 de agosto de 2010 y la nula respuesta por parte del gobierno calderonista. Más tarde, el 16 de diciembre 20 indocumentados fueron secuestrados, varios escaparon y denunciaron el hecho, recibiendo la protección del sacerdote -sí, no todos los sacerdotes son pederastas- Alejandro Solalinde Guerra, quien los recibió en su albergue “Hermanos en el Camino”, en Ixtepen, Oaxaca.
El pasado 20 de enero, en el foro “Por un México sin Trata de Personas”, Oscar Castro Soto, director del Observatorio Latinoamericano sobre Trata y Tráfico de Personas, denunció que tanto corporaciones policiacas como políticos poblanos se encuentran coludidos en las redes de trata y explotación de menores. A dicha denuncia se sumo la de la diputada Rosy Orozco, presidenta de la Comisión Especial de Lucha contra la Trata de Personas, quien señalo que en Puebla corporaciones de policías estatales cierran hoteles para sostener relaciones sexuales con menores de edad. Por su parte, el responsable del Instituto de Derechos Humanos de la Universidad Iberoamericana Ignacio Ellacuria, detallo: “en las vecindades del centro de la ciudad de Puebla uno puede observar callejones donde se ejerce la prostitución abiertamente y a menores de edad. Eso demuestra la falta de atención de las autoridades municipales y estatales”.
Desgraciadamente no existe un mapa con los puntos críticos, sin embargo Ellacuria sentenció: “Quisiéramos que las autoridades tuvieran cifras, si bien se trata de un fenómeno clandestino, se requiere atención y recursos para una investigación de esa naturaleza. Puebla es un lugar de paso pero también de explotación, captación y traslado. Aquí explotan temporalmente a las víctimas mientras las trasladan a otros lugares, el fenómeno es muy movible sobre todo con las niñas para evadir a la justicia” .
A nivel global la trata de personas es un delito que atenta contra los Derechos Humanos de las víctimas, muchas de estas violaciones son realizadas por los propios Estados, que al no contar con una legislación adecuada para la prevención, la persecución y el castigo de la trata, criminalizan a las personas que sufren esta vejación. Como sociedad debemos ser conscientes y sensibles ante estos hechos. Hay calamidades en las que se debe insistir, oportuna e inoportunamente y jamás quitar el dedo del renglón. ¡Que el clamor de “No más sangre” no se quede atorado en las extrañas!
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